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Transmitir la Fe con alegria

TRANSMITIR LA FE CON ALEGRÍA
… Y evitar la tentación del celo amargo

El Papa Francisco quiere ayudarnos a redescubrir cuestiones esenciales de nuestro ser cristianos:

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. [1]

Y nos impulsa con renovada fuerza “a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría

Se trata –en palabras de su predecesor Benedicto XVI– de “que la Iglesia renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo, único salvador del mundo; reavive la alegría de caminar por el camino que nos ha indicado; y testimonie de modo concreto la fuerza transformadora de la fe”[2]. Entusiasmo de creer, alegría de vivir, testimonio de la fuerza de la fe. Fe que se hace vida, y así también testimonio. Porque “en la medida en que nos alimentamos de Cristo y estamos enamorados de él, sentimos también dentro de nosotros el estímulo a llevar a los demás a él, pues no podemos guardar para nosotros la alegría de la fe; debemos transmitirla”.[3]

Dios hace de sus discípulos, apóstoles: quien es alcanzado por la gracia de Dios no sólo es salvado, sino que también se convierte en un instrumento de Dios que contagia la fe, esperanza y amor que ha recibido.

Ese contagio se realiza por el testimonio –todos ven cómo la gracia transforma a una persona, y ven su alegría–  y la palabra que ilustra lo que los demás ven, y da razón de la propia esperanza –los motivos que lo llevan vivir como vive–.

El Papa Francisco, nos anima a avivar en nuestras almas el celo apostólico, que surge como consecuencia de ser sal y luz. Y nos pone en guardia ante el peligro de convertirnos en cristianos encerrados, porque “la sal que nosotros hemos recibido es para darla, es para dar sabor, es para ofrecerla. De lo contrario se vuelve insípida y no sirve. Debemos pedir al Señor que no nos convirtamos en cristianos con la sal insípida, con la sal cerrada en el frasco”. Seríamos “¡cristianos de museo! ¡Una sal sin sabor, una sal que no hace nada!”[4]

Pero ¿cómo hacerlo?

Formas que muestren el contenido

Quien quiere transmitir su fe –en principio todos los cristianos–, tiene que contar con un principio metodológico fundamental: que la forma de transmisión sea coherente con el contenido.

La fe cristiana es una cuestión de amor de Dios, salvación, misericordia, plenitud, vida eterna, esperanza, etc. Se trasmite algo que es fundamentalmente amor, verdad, bien; por tanto el medio transmisor debe participar de estos valores.

Se comprende así que la alegría y el entusiasmo forman parte esencial de la transmisión de la fe. No se debería hablar de Dios y de la propia fe sin alegría y sin entusiasmo. Y esto, no por motivos de marketing, sino por esencia: no es una teoría, es una vida de comunión con Dios, que llena la vida.

De manera que habrá que excluir todo lo que contradiga el mensaje: ira, faltas de caridad, enojos, agresividad, crítica, envidia, ofensas, mentiras, discusiones, vanidad, soberbia, etc. Si se pretende que otra persona entienda el cristianismo, tiene ver lo que se le explica en quien se lo explica (tiene que ver lo que oye). Lo contrario sería como pretender  trasladar agua en un colador…

Además se añade otro motivo. En nuestros días –al menos en occidente– el ambiente está teñido de un cierto anticristianismo que tiende a verlo como algo negativo (lleno de prohibiciones), anticientífico, lleno de miserias, etc. Para comprobarlo basta considerar la forma en que algunos medios de comunicación tratan a la Iglesia y al Papa. Este ambiente dificulta ver el verdadero rostro del cristianismo y siembra en las almas perjuicios, que pueden llevarlos a concluir que el cristianismo no tiene nada que decirles, que pertenece a un pasado definitivamente superado.

Tendremos que ayudar a quienes viven en este clima a conseguir la apertura mental necesaria para recibir un mensaje que sienten no necesitar, pero necesitan con toda su alma. Mostrarles su racionalidad y su amabilidad, los podrá en condiciones de encontrarse con Cristo, ya que percibirán su verdadero rostro –que es amable–, y su Persona –que es el Logos, la racionalidad divina–.

El apostolado no es propaganda: no nos mueve el afán de popularidad, de conseguir más adeptos. No nos mueve la soberbia de querer que nos den la razón. Nos mueve –debería movernos– el amor, el deseo de que todos se salven, que encuentren a Dios y, con Él, el sentido de su vida, se pongan en camino a la plenitud, participen de la vida divina. Que no se pierdan el amor de Dios que da sentido y plenitud a la vida. Queremos que sean todo lo felices que se pueda aquí en la tierra, y lo sean absolutamente en la eternidad.

En la transmisión de la fe hay tres factores fundamentales: la racionalidad y la coherencia de vida, en personas llenas de alegría. Racionalidad, vida, alegría. Así se extendió en cristianismo en los primeros siglos, y así lo seguirá haciendo en nuestros días.

El afán apostólico verdadero y el celo amargo

Para entender mejor cómo Dios espera que transmitamos la fe, nos servirá confrontar entre sí dos maneras de preocuparse por la salvación de los demás, promover la verdad, difundir el bien y apartar del mal. Una correcta y una incorrecta. Dos manera que llamaremos el afán apostólico verdadero y el celo amargo.

Quien ama a Cristo ante las almas siente un impulso interior –celo lo llama la Teología Espiritual– a rezar, hablar, hacer… para conquistar el mundo para Cristo. Quien es consciente del tesoro del amor de Dios que tiene, siente hambres de contagiarlo a los demás. Es el celo santo del cristiano que se sabe llamado a ser apóstol, un fervor que nace del amor a Dios y a las almas.

Santiago Apóstol distingue este celo, de otro que podría resultar parecido pero que no es bueno. Lo hace cuando habla de una sabiduría verdadera y una falsa, según sea la actitud que tenga quien posea la verdad.

¿Hay alguno entre vosotros sabio y docto? Pues que muestre por su buena conducta que hace sus obras con la mansedumbre propia de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón celo amargo y rencillas, no os jactéis ni falseéis la verdad. Una sabiduría así no desciende de lo alto, sino que es terrena, meramente natural, diabólica. Porque donde hay celos y rencillas, allí hay desorden y toda clase de malas obras. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, y además pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven la paz siembran con la paz el fruto de la justicia. (Santiago 3,13–18)

Todos queremos ser sabios y doctos. ¿Cómo lo seremos, cómo sabemos si lo somos? Se ve en las buenas obras –el testimonio existencial que muestra lo hay dentro del alma–. Y más en concreto, en una tonalidad que tienen esas buenas obras: la mansedumbre, que es lo que distingue la sabiduría.

A ella el Apóstol contrapone otra sabiduría, que no es santa, sino que incluso califica de diabólica. La del celo amargo y las rencillas. Y la caracteriza por celos, rencillas, desorden y toda clase de obras malas. Es decir, se trata un celo por el bien –un impulso a realizar el bien y combatir el mal– que es malo porque obra mal: pone el énfasis en combatir el mal, y se acaba olvidando del bien…

Que la mansedumbre y el respeto sean piezas claves del apostolado, lo confirma también San Pedro:

¿Y quién podrá haceros daño, si sois celosos del bien? De todos modos, si tuvierais que padecer por causa de la justicia, bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os inquietéis, sino glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden confundidos en aquello que os critican. Porque es mejor padecer por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer el mal (1 San Pedro 3, 13–17).

Ambos apóstoles nos advierten sobre las maneras… ¿Por qué? Porque la certeza de la fe al contemplar el mundo –con el bien y el mal– provoca un celo santo –pasión, ardor–: el afán apostólico –vibrante y alegre–. Pero también existe un peligro, ya que podría producir en nosotros un celo amargo –enojado y agresivo– ante la presencia del mal.

Según uno mantenga la mirada en el bien que es necesario difundir, o en el mal que se encuentra alrededor; según uno se empeñe en combatir el mal o en sembrar el bien.

Resulta clarísimo cuál es el celo sano y el celo enfermo; el de Dios y el del demonio.

El demonio intenta apagar la alegría de la fe, con la mirada de lo que no funciona bien. Quien así se dejara llevar por una visión demasiado humana del mundo, podría pensar que las cosas van mal para Cristo; que el apostolado es muy difícil, que son tiempos difíciles. Y hacer olvidar la gracia, la fuerza de la verdad, la inclinación al bien que todos tienen (más fuerte que la inclinación al mal). Y entonces el alma, se llenaría de pesimismo, amargura, desánimo, enojo ante tantas cosas que le resultan inaceptables…

Es muy importante alejar toda sombra de pesimismo, de añoranza, de visión negativa de los tiempos que nos ha tocado vivir, de impotencia, de  frustración, de sentimiento de fracaso. Es siempre una tentación, fruto de una visión sesgada de la realidad.

Cristo triunfó, no fracasó. Estos tiempos –y todos los tiempos– requieren gente de fe, que se juegue por Dios: no lamentos estériles, pesimismos perezosos, tristezas paralizantes. No es un tema menor. Es importante si nos ataca el celo amargo, lo sacudamos para recuperar el afán apostólico.

¿Qué es el celo amargo?

Es una corrupción del afán apostólico. Así como el vino se puede convertir en vinagre, dejando de ser vino; de la misma manera el celo por el bien y la salvación de las almas, puede corromperse en amargura y enojo por el pecado, apagando el gusto por el bien (sólo queda el disgusto por el mal).

El celo amargo es una tentación muy frecuente en gente que procura ser buena: le importa el bien, sufre por el mal, lucha por el bien, es consciente del mal que el pecado hace a las almas, a las que quiere. Esto  fácilmente puede torcerse: acabar siendo muy sensibles para percibir el mal (entonces se reconoce la menor dosis de mal) por todas partes (ve todo infectado: aun los buenos tienen defectos); y olvidarse del  bien.

Vamos a hacer un recorrido –en paralelo–, por manifestaciones de afán apostólico y otras de celo amargo. En el fondo son consejos sobre el modo de hacer apostolado: considerar qué se debe hacer y qué se debe evitar para acercar almas a Dios en nuestros días.

Se trata de:

1)      Aprender a hacer apostolado: cómo hablar, cómo llegar a la gente. Pensar, estudiar, leer, buscar, iniciativa, creatividad. Transmitir luz, amor de Dios: clima necesariamente debe ser positivo, animante, sonriente… debe dar gusto.

2)      Y luchar para no dejarnos vencer por la tentación del celo amargo; que no es sano, ya que donde no hay paz, Dios no está. No ayuda, normalmente estropea el apostolado. Se vence con fe, esperanza y amor. Confianza en Dios, adoración, agradecimiento, optimismo.

Los siete Mandamientos del afán apostólico y del celo amargo

Como hemos dicho, si se tiene en cuenta que el cristianismo proclama el amor a Dios y al prójimo, que la fe es acto personal de adhesión libre a Dios, etc., se entenderá que en su transmisión debemos evitar absolutamente una serie de cosas que contradice el mensaje; es decir, que lo niegan, haciendo que el receptor se haga una idea deformada de lo que le decimos (no entenderá porque verá lo contrario de lo que le decimos). Y, en positivo, hacer que manera que las formas de explicar, hablar, comunicarse, confirmen el contenido del cristianismo.

Volviendo a Santiago, con mansedumbre. Encontrar las verdades profundas no es sencillo; reconocer errores no es fácil; cambiar de actitudes y comportamiento, tampoco. Si queremos ayudar a los demás a recorrer el camino, tendremos que ver cómo hacérselo más fácil. De eso se trata.

 ApostoladoCelo amargo
Cómo ayudar al otroCon su libertadA empujones
Dónde pone el focoBien, verdadMal, pecado
Comunicación baseDiálogoDiscusión
Clima humanoAmistad, cordialidadEnojos, polémicas
Motivación al otroAnimar al bienAsustar con el mal
DosisDe a pocoAbrumar
ModoCreatividadRepetición

MANDAMIENTOS DEL APOSTOLADO

MANDAMIENTOS  DEL CELO AMARGO

1º Valorar la libertad

Sólo se puede amar a Dios libremente. Sólo se puede aceptar el mensaje de salvación voluntariamente. Esto no significa que abandonemos a la gente que queremos a su suerte… Todos necesitamos ayuda para aprender y hacer las cosas bien tanto en el terreno humano como en el espiritual. Y nosotros queremos que todos los que la quieran, la tengan.

La libertad necesita del conocimiento: cuanto más conozco, más libre puedo ser; la ignorancia atenta contra la libertad, ya que decido sin conocimiento. El apostolado es una ayuda a la libertad: no empujamos a una persona, sino que procuramos mostrarle, animarla, consolarla, motivarla, etc., a buscar el bien y seguirlo.

Y procuramos hacerlo en el mayor respeto de la libertad. Siempre ha sido así (sólo un tonto adhiere a principios que le cambian la vida por presión de otro).  Pero respetar la libertad, no quiere decir abstenerse de ayudar a ser mejores, ni significa ser indiferentes a su destino eterno. Nos importa y mucho, los queremos y queremos lo mejor para ellos.

Hacer apostolado no es empujar a la gente a hacer cosas que no quiere hacer. Es ayudar a descubrir lo que les llenará la vida, y a vivir de acuerdo a eso.

Procuramos transmitir la seguridad que tenemos, algo bien distinto de la intolerancia.

Se trata de iluminar, encender, animar. Hay unas palabras que San Josemaría empleaba para hablar de la dirección espiritual, y que encajan perfectamente aquí: hacer que el alma quiera (obviamente no se hace querer a empujones).

Queremos que sean santos: porque queremos lo mejor para ellos. Obvio. Pero, tienen que encontrarse ellos con Dios. Nosotros podemos ayudarlos, queremos hacerlo, pero su voluntad es imprescindible. No sólo por respeto, sino porque sin libertad no es posible amar a Dios.

Hay ámbitos –como la educación– en los que tenemos que exigir (como nosotros necesitamos que nos exijan), pero no se trata de un empujón material, sino de abundancia de luz, de la ayuda de nuestra oración y mortificación, del ejemplo que hace atractiva la enseñanza,  la sonrisa que hace amable es esfuerzo… No es un atentado a la libertad, sino una ayuda necesaria.

Y tener paciencia, frenar los apuros: tiene que caerle la ficha.

 

1º Pretender imponerse a los demás

Como ya dijimos, el apostolado no es presionar a persona para que haga cosas que no quiere hacer… Es ayudarle a descubrir lo que si mira bien las cosas, lo que quiere es algo mejor, más grande, que le llenará la vida. Pero el celo amargo lleva a ser impaciente, a pretender que la otra persona ya ahora acepte lo que le decimos, a no aceptar que no lo vea tan  claro o piense distinto. Esto, por supuesto, movido por el amor a la verdad y a la otra persona (su intención es muy buena).

Pero resulta que vivimos en una cultura que aprecia con primacía la libertad. La gente tiene una gran sensibilidad, y con facilidad –exagerando muchas veces– siente rechazo hacia lo que percibe como una imposición.

Ese celo por la libertad, hace que ante la menor sospecha de que alguien quiera influir sobre ellos, de que les quiera imponer algo, se baje la persiana: entonces se acaba el diálogo. No quiere escuchar, ni siquiera para pensar. En el fondo es debido a su falta de seguridad.

En cuanto lo siente, baja la persiana, se acabó la conversación. Esto hace necesario que no sólo respetemos su libertad, sino que además la otra persona lo perciba. Así, por ejemplo, si no quiere hablar de un tema, habrá que ser muy cuidadoso en cómo sacarlo, la frecuencia en la que se plantea, etc.

Por otro lado es frecuente que quien tiene convicciones firmes sea acusado por quien no las comparte, de ser cerrado. Así como respetamos la libertad, hemos de exigir que se respete la nuestra. Ante acusaciones injustas de cerrados, hay que tener en cuenta que no es infrecuente que quien acusa de cerrado, sea lo suficientemente cerrado para no aceptar que otro piense distinto…: es decir, los cerrados acusan de cerrados a los demás. Podríamos responder: soy lo suficientemente abierto como para hablar francamente con vos de estos temas, respetando que pienses distinto, te pido la misma apertura para aceptar que yo tenga las convicciones que tengo.

Dos matizaciones. Obviamente estamos hablando de apostolado. En el ámbito educativo en la familia, por ejemplo, es lógico que en los primeros años de vida se lleve a los chicos por un carril estrecho, con andadores, rueditas en la bicicleta… Así como van al colegio –y nos esperamos que den su consentimiento para anotarlos–, lo mismo pasa con la Misa de los domingos, etc.

Y con los hijos más grandes, no confundir el respeto a la libertad con la cooperación al mal: una cosa es respetar, con dolor, que tenga comportamientos que no comparto, y otra muy distinta contribuir en esa acción mala: respeto es distinto de apoyo.

 

2º Mandamiento del afán apostólico: Difundir el bien

San Pablo aconsejaba a los Romanos: “no te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien” (Rom 12,21). San Josemaría lo traducía libremente como “ahogar el mal en abundancia de bien”.

Se trata de difundir la doctrina del cristianismo, que es superpositiva: el mandamiento  del amor a Dios, a los demás, la cercanía de Dios, su misericordia, la maravilla de la familia, etc.

No buscamos solamente que salgan del pecado: queremos que vivan una vida divina. No queremos aguarles la fiesta, queremos que participen de una fiesta que es mucho mejor. El pecado en el que viven les atrae, habrá que ofrecerles algo  que les atraiga más. Criticando su estilo de vida, sólo lograremos que se cierren más.

Los riesgos de la mala  vida (hay cosas con las que no se juega) son advertencias para gente que está en el buen camino, para que no sea tonta y no se desvíe. Al que está  en el mal camino, más que criticarle el suyo, hay que hacerle desear el nuestro.

San Juan de la Cruz escribió “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”, como si dijese no pierdas el tiempo combatiendo el odio o la falta de amor… Habrá que dedicarse a sembrar.

 

2º Mandamiento del celo amargo: Combatir el mal. Ser antialgo

El celo amargo hace que uno se amargue con el mal, se sienta molesto, etc. Y con facilidad lleva a combatirlo, por supuesto en nombre del bien.

A quien ama a Dios, el mal le duele porque aparta de Él. Conoce el mal que el pecado hace a las almas. Pero se equivocaría quien se atribuyera la misión de acabar con el mal.

Hacer apostolado no es dedicarse a vencer el mal para exterminarlo de la tierra. Cualquier duda consultar la parábola de la cizaña: Mt 11, 24-52, cuando los obreros proponen arrancar la cizaña sembrada por el enemigo, el dueño del campo les dice que no, que con ella arrancarían también buen trigo; ya la separarán cuando llegue la siega. Ahora lo importante es sembrar, cuidar el trigo…

Somos cristianos, queremos que la gente descubra el amor de Dios por ellos. No somos anticomunistas, ni antirelativistas, no antihedonistas, ni antipornografía, ni antimatrimonio homosexual, ni antiaborto… ni antinada. Nuestra misión no es atacar el mal, sino sembrar el bien.

Además, el planteo anti–algo no acerca a nadie a Dios, ni consigue apartar a nadie del mal. Es sólo defensivo: sirve para afirma a los que ya piensan como uno.

 

3º Mandamiento del afán apostólico: Mostrar la belleza del cristianismo. Trato personal de amistad: dar razones

Hacer apostolado no es dedicarse a demostrar a los demás que están equivocados.

No queremos vencer discusiones, queremos llevar la gente a Dios, darles lo mejor que tenemos. Mostrar lo lindo que es ser cristiano, encontrar a Dios.

Explicar el sentido de las cosas: en la mayoría de los casos no lo saben. Para qué vamos a Misa, qué sentido tiene confesarse, el sentido positivo y realizador de las normas morales, etc.

El apostolado requiere un clima de amistad y confidencia.

Queremos charlar amigablemente. Si una persona no tiene esas disposiciones, quizá es mejor no perder el tiempo (no es posible un cambio afectuoso de pareceres). Ante una persona agresiva, basta con aclarar nuestra posición y nada más, aclarándoles que no nos interesa discutir.

No pretender demostrar, convencer, sino mostrar: la verdad convence sola. Procuraremos abrir horizontes, mostrar caminos, que nuestros amigos tendrán que recorrer.

Parte importante de las conversaciones personales es el testimonio de la propia vida. Contar las cosas que nos gustan, nos llenan (no sólo los deberes): un libro, artículo, plan, linda que es una casa de retiros, una imagen… Lo bien que nos hace, cómo nos alegra, hace sentir bien, etc.

Trasmitir la alegría de la fe.

Contar lo que hacemos: estoy feliz porque me confesé…, favores que recibimos.

Contar lo que vamos a hacer: me voy a confesar, me voy a Misa, mañana tengo retiro… Son maneras de invitar, sin invitar. Quien lo toma, lo toma. En una ocasión una universitaria me dijo: Padre, me al retiro voy con una amiga. En realidad yo no la invité… se invitó sola. Me preguntó que iba hacer el fin de semana, y cuando le dije que me iba a un retiro, me preguntó si podía venir conmigo…

Y las explicaciones, cuanto más sencillas, mejor.

Para personas alejadas de la fe, el gran tema es la cuestión del sentido, lo que llena realmente la vida. Es una cuestión que no tienen resuelta…

Paciencia con gente alejada: ni darla por muerta y condenada, ni vivir como si lo suya fuera normal y bueno. Ni volverla loca con temas religiosos, ni ocultar nuestra fe y nunca hablar del tema.

3º Mandamiento del celo amargo: Discutir. Polemizar.

Con posiciones encontradas, atrincheradas en su postura, la conversación se convierte en una discusión, en un combate dialéctico. Cada uno defiende su posición y busca atacar la contraria. Las discusiones se ganan o se pierden. Y se discute para ganar.

Pero nosotros no queremos ganarle a nadie, nos interesa que los demás descubran la verdad que le dará sentido a sus vida y les hará feliz.

Por otro lado, si les ganáramos, la derrota haría que miraran mal esa verdad que los humilla.

Cuanto más se discute, más se cierran las posiciones. Menos se piensa en lo que el otro ha dicho –si es razonable o no-, sino que sólo se piensa en cómo responderle. Mal camino para convertir a alguien. No creo que en toda la historia de la Iglesia alguien se haya convertido por haber perdido una discusión…

La discusión lleva enojos, empecinamientos, levantar la voz, distanciarse del otro… no parece método apostólica válido y efectivo.

Nos interesa que juntos lleguemos a la verdad.

Esto vale también dentro de la Iglesia con católicos que no piensan de acuerdo al sentir de la Iglesia o que no obran bien. De nada sirve discutir con un Párroco sobre cuestiones litúrgicas, si no las viviera bien… Con católicos que no aceptan algún punto de la doctrina, no discutir, con cariño remitir al Catecismo: no defendemos una doctrina propia, queremos ver qué enseña la Iglesia.

 

4º Clima amable. Transmitir paz, serenidad, racionalidad. Cariño

La violencia no convence. Como decía un conferencista, no recordarán lo que les dijimos, recordarán cómo se los dijimos, cómo se sintieron con nosotros (alegres, con paz o molestos).

La cordialidad abre la inteligencia y los corazones.

Ser misericordiosos y que se note… Así, por ejemplo, cuando exponemos la doctrina moral católica debería notarse que no estamos combatiendo a quienes no la viven: no somos enemigos de los divorciados, ni de los homosexuales; los queremos y queremos que se salven. Que enseñemos que el comportamiento homosexual es ilícito, no es ofensivo para con ellos, ni los descalifica. Nadie se ofende porque digamos que hay que amar a Dios, y eso no supone un ataque a los que no lo aman. Estamos convencidos que serían mucho más felices y realizarían sus  vidas si vivieran de acuerdo a la ley de Dios, viviendo de su amor.

 

4º Enojarse, agredir, insultar, ironizar, ridiculizar

Si uno sigue los pasos anteriores, el celo amargo con facilidad lo habrá llevado a ser polémico, discutidor, y a enojarse. Así la conversación se desarrolla en un clima tenso, incómodo, irascible; que hacen imposible el apostolado: bueno para la polémica, pero no para  búsqueda de la verdad.

El peor de los argumentos es el argumento ad hominem. Consiste en la descalificación del oponente por motivos que nada tienen que ver con el tema de la discusión. Frases como: con vos no se puede discutir; o vos no sabés nada; no tenés ni idea; sos … Esta es la mejor manera de mostrar que no tenemos más razones para aportar…, que no sabemos cómo defender algo, que nos faltan argumentos racionales. Es una muestra de impotencia, de autoritarismo. El enojo además nos quita racionabilidad (enojados pensamos menos).

No levantar la voz (tampoco dejar que la levante el otro).

Si nos maltratan, no enojarse, responder con cariño y simpatía. Es mejor ser la víctima que el victimario. Sonreír.

No ser patoteros. Expresiones del tipo: no entendés nada, los homosexuales son un desastre, maricones de porquería, aborteros de …, son de última… son insultos; y, por lo mismo, faltas de caridad; separa, no une, aleja. La ironía es muy útil para  humillar, pero no para convencer. Lo mismo burlarse. No son sistemas válidos para el apostolado.

Por la misma razón tampoco habrá que aceptarlas contra nosotros. Con cariño y una sonrisa, pero con firmeza, no permitir ofensas gratuitas: sin enojarse ni ofenderse, siempre calmos y con una sonrisa, responder: che, me parece que te pasaste… Así, no permitir ataques a la Iglesia. Normalmente no tienen fundamento, se repiten lugares comunes sin la menor base. En todo caso, mostrar que esas afirmaciones no tienen un fundamento sólido, faltan fuentes, etc.; que las afirmaciones genéricas no demuestran nada. Muchas veces acusaciones contra la Iglesia, están construidas sobre algún hecho cierto, que se saca de contexto, se generaliza, etc. Habrá que ayudar a matizar esas afirmaciones.

Y en positivo, mostrar la cara maravillosa de la Iglesia que nadie puede negar (santidad –quién puede no conmoverse ante un Juan Pablo II o una Madre Teresa de Calcuta-, asistencia a necesitados, familias, etc.). Sin entrar a discusión, cortar con datos claros irrebatibles.

5º Animar. Ilusionar. Abrir horizontes.

Se trata de mostrar las maravillas que Dios nos tiene preparadas, la grandeza de su misericordia (no el asco que produce el pecado), abrir horizontes. El desafíos de tantas cosas buenas que todos nos interesan.

Es verdad que el mal hace mucho mal, pero para salir del mal, es necesario sentir la atracción del bien.

El fin es santificar el trabajo, la familia, intimidad con Dios…, llenar la vida y el mundo de amor.

El problema de muchos no es que no sepas qué es bueno y qué malo –algunos no lo saben– sino que piensan que el bien es imposible para ellos: un ideal fuera de su alcance (esto es desesperanza, y se cura con esperanza). Lo mismo que a un chico que saca malas notas en el colegio –cosa que lo deprime–, no se lo ayuda diciéndole que es un desastre, sino mostrándole que puede sacar buenas notas….

Para mejorar no se necesitan reproches, sino ánimo.

5º Amenazar. Asustar. Sembrar miedo. Profetizar desgracias

En un clima de discusión, que se vuelve polémico, fácilmente llega la tentación de mostrar qué mal les va ir si no cambian de vida.

Pero hacer apostolado no consiste en amenazar a la gente con las cosas malas que pueden pasarle si no nos hacen caso… Con el infierno o el fin del mundo, por ejemplo.

No somos profetas de desgracias. La meta no es conseguir que huyan del infierno sino que quieran ir al cielo, no de dejar de pecar sino de crecer en el amor –y entonces dejarán de pecar-..

Frases del estilo de: esto está cada vez peor, donde vamos a ir a parar. Vos así vas a acabar muy mal, o vos cada vez peor. Parecería que quien las dice está feliz de acertar con el pronóstico.

6º Llevarlos por un plano inclinado

Las conversiones a lo San Pablo no son frecuentes: normalmente son fruto de un proceso. En el apostolado procuramos ayudar  a avanzar por un plano inclinado: de a poco, mejor casi no plantear cosas que una persona no está en condiciones de hacer. Pensar qué le puedo plantear, qué paso puede dar, con la mirada ilusionada en la meta positiva. Cuanto más lejos esté de Dios, más chico será el paso. Lo importante es ayudarlo a avanzar en la dirección correcta.

Ayudarlos a dar el paso que ahora pueden dar. Habrá que estudiar qué proponer, qué decir. En principio no proponer cosas que estamos seguros que va a decir que no (atentos a no decir que no por ellos…). Se puede hacer con delicadeza.

No quejarse de que no me entiende: hacer el esfuerzo de hacérselo entendible.

Estar pendientes de pasos a dar: dirección espiritual (paso decisivo para progresar en la vida espiritual), Santa Misa (quien comienza a ir a Misa algún día entresemana, acabará yendo todos los días, casi sin poder evitarlo), oración mental, apostolado…  Apostolado personal.

¿No van a Misa? Que comiencen a ir en Navidad, Pascua… Mantener llamitas encendidas.

6º Abrumar con cargas que no pueden llevar

Otra tentación a la hora de hacer apostolado, es la de pretender que una persona cambie de un día para otro, en todos los aspectos que necesita mejorar.

Pero hacer apostolado no consiste en llenar a la gente de obligaciones (cuantas más mejor, no vaya a ser que se condene por que no le dijimos algo en la primera conversación…). No se trata de ocultar obligaciones o principios morales, pero insistir en los pasos positivos que hoy están en condiciones de dar.

No ser monotemáticos. Nos interesa su alma, pero no sólo su alma. Si cada vez que vemos a alguien, lo primero que hacemos es hablarle de Dios o invitarlo a algo… Variedad temática.

Si enviamos veinticinco mails por día, no los leerán… Treinta preguntas cada domingo sobre la Misa… no ayudan a que asistan…

La dosis de una medicina depende de la capacidad del receptor. Los remedios se toman cada 8 horas, o cada 12 o 24, no todas las pastillas de golpe: esto no curaría, sino que enfermaría más.

7º Creatividad: mismo plato, distinta presentación

Entonces, ¿es malo insistir? Depende, muchas personas que necesitan que les insistan.

Y ¿cómo saber cuándo insistir y cuándo no? Depende de cómo lo vea la otra persona: si lo ve como una ayuda, insistir, lo necesita. Si lo ve como una molestia, no insistir. ¿Cómo saberlo? Preguntárselo. Hay personas que lo agradecen: le gusta que se acuerden de ellas –les gusta que las llamen–; quisieran mejorar, formarse, etc.,  pero se olvidan, son vagonetas y necesitan un empujoncito (como a veces lo necesitamos para tirarnos a la pileta en verano). En una ocasión, un hombre de más de ochenta años, me dijo que se confesaba cada tres meses gracias a un amigo que lo perseguía… (esas fueron sus palabras): era consciente de que necesitaba a ese amigo para vencer la pereza, dejadez, que le dificultaba hacer eso que él quería hacer, pero siempre retrasaba. Y lo decía con agradecimiento. Necesitaba y quería ser insistido.

Otras personas en cambio, hacen decir que no están cuando se las llama, ponen excusas ridículas, nos esquivan: es decir, no quieren saber nada. No insistir. Rezar y esperar alguna ocasión de algo distinto.

En muchos casos ayudará despertar interés. Está lo que se podría llamar el apostolado de la curiosidad: dejar funcionar nuestra curiosidad y despertar la del otro. Preguntar con interés (no inquisitivamente: el tono y la forma señala la diferencia: ¿Hace cuándo dejaste de ir a Misa?). Comenzar la conversación con un ¿vas a Misa/a la iglesia alguna vez? ¿Dónde? Son preguntas que hacemos para que se planee cosas, que normalmente no se plantean. Las hacemos más por ellos que por nosotros, ya que ellos necesitan darse una respuesta a sí mismos, más que a nosotros.

Nuestros conocidos tienen curiosidad de saber qué  hacemos en un retiro, qué leemos, por qué nos confesamos…

Despertar curiosidad, interés: ¡Qué buen retiro! … ¿sabés lo que es eso? ¿alguna vez hiciste la experiencia?

Y presentar las cosas –que son maravillosas de por sí- de modo atractivo.

Explicar las razones. No a la insistencia voluntarista: tenés que ir, tenés que ir… Argumentos: por qué le interesa, por qué lo necesita, por qué le va a gustar. Pará le va a servir un retiro, qué es lo bueno de charlar con el cura, cómo llena asistir a Misa…

Se trata de mostrar, animar, sostener, facilitar, exigir, sugerir, invitar, exigir (es proponer que se exija, desafiar), invitar. Mostrando el modo inteligente y el tonto de vivir.

Aprovechar ocasiones: se casa… le mando un artículo, video… Está enfermo…  (le presto un libro, le ofrezco que le lleven los sacramentos).

Invitar gente a compartir actividades formativas o piadosas con nosotros: acompañarnos a un retiro, a unas charlas de formación, hacer juntos una romería, etc.

Y las redes sociales: Facebook, etc. Y mil cosas más…

7º Ser repetitivos, taladrar. Ser pesado, insistentes.

La teoría del disco rayado –repetir veinte veces la misma cosa- sirve para chicos de pocos años hagan algo que se resisten a hacer, pero no para ayudar a una persona madura entienda. Decir lo mismo, de la misma manera, incluso puede ser contraproducente: crea cayo en quien escucha, produce un efecto similar a la resistencia a la penicilina, hace que le resbale y le moleste el tema.

Hay que tener en cuando una persona hace algo carente de motivación racional (por ejemplo, dejó de ir a Misa porque le dio fiaca, pero cree en la Eucaristía, sabe que es pecado –aunque lo niegue–) no puede defenderse racionalmente, de manera que evitará absolutamente todo diálogo (así dirá a su madre: “qué pesada que sos, otra vez con lo mismo…, estoy harto de que me hables del tema…”). Mientras no cambien las disposiciones, no querrán que les hablemos del asunto, ya que no quieren pensar en eso, que la propia razón les grita que deberían hacer. ¿Qué hacer, entonces? Primero rezar (si cayeron los muros de Jericó…). Y construir en positivo: con una estrategia, de a poco, dando vueltas… No se trata de no hablar del asunto, pero espaciarlo en el tiempo, con planeos distintos, sin tocarlo frontalmente; de otro modo el rechazo está garantizado. Buscar quién o qué puede ayudar: algún amigo, alguna lectura indirecta… Dicen que Borges rezaba todos los días una Avemaría porque se lo había pedido su madre…

 

A MODO DE RESUMEN DEL AFÁN APOSTÓLICO: Dar esperanza. Transmitir alegría, divertirse

Hacer apostolado es divertido. JMJ, convivencias, fiestas de la familia, películas…

La mejor manera de hacer apostolado es pasarlo bien. Y se la pasa muy bien haciendo apostolado.

A MODO DE RESUMEN DEL CELO AMARGO: Transmitir amargura, pesimismo.

A veces en gente con buenas ideas y deseos abundan las quejas, los lamentos, una visión amarga de la vida. ¡Basta de quejarse! Queremos llenar el mundo de amor, no dedicarnos a marcar cada cosa que no funciona. No tenemos vocación de árbitro de fútbol, que no juega y se dedica a vigilar que todo esté bien, señalar cada cosa mal hecha. Construir: no demoler las construcciones precarias o malas.

Expresiones del tipo: que horror como está el mundo, todo es un desastre, todo está mal. Críticas a todo lo que no es tan bueno como debería serlo según nuestro parecer…

Muchas veces el principal obstáculo para el apostolado es la propia frustración y el pesimismo de quien se deja vencer por la tentación del celo amargo, su sentimiento de impotencia. No es verdad: ¡fe! Ver la historia: primeros cristianos muestra el camino: humildad y paciencia, esperanza y audacia, fe y amor.

Y por supuesto… No quejarse de las cosas buenas: si lo Misa fue larga, si los hijos dan los problemas… Si queremos que vean bien esas cosas (ir a Misa, tener hijos, o lo que sea), transmitamos una vivencia positiva de ellas…

CONCLUSIÓN

Espero que estas líneas te sirvan como fuente de inspiración para lanzarte en la maravillosa aventura de llevar a Dios a las almas y de llevar las almas a Dios.

Es lo mejor que podemos hacer por los demás: ayudarles a descubrir el amor de Dios, que les cambiará la vida, la llenará de sentido y sobre todo les dará la felicidad que todos buscamos.

Pero te repito: hemos de aprender a hacerlo, no vaya a suceder que a pesar de nuestra buena voluntad, pretendiendo llevar a Dios, alejemos a algunos por malentendidos…

Siempre contamos con el Espíritu Santo que es quien hace fecundo el apostolado.

P. Eduardo María Volpacchio
Buenos Aires, 17 de enero de 2014


[1] Papa Francisco, ex. Ap. Evangelii Gaudium, n. 1.

[2] Benedicto XVI, Audiencia General (17.10.12).

[3] Benedicto XVI a los participantes en la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma (5.6.06).

[4] Papa Francisco, Homilía en Santa Marta (23.5.13).

Fuente: http://www.algunasrespuestas.com/

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