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Es imposible no empezar nuestras publicaciones de este nuevo año 2022 sin que la primera sea dedica a María Madre Nuestra, verdadera Madre de Dios.
Constantinopla en el año 428, víspera de Nochebuena en la catedral de Sofía, el presbítero Proclo predicaba un sermón que daría mucho que hablar. Entre los presentes estaba sentado en un lugar destacado Nestorio, el Patriarca (Arzobispo de la Ciudad).
Siguiendo la costumbre, Proclo dijo que María es verdadera Madre de Dios. Pero cuando se terminó el sermón, Nestorio se subió al púlpito y corrigió al predicador, diciendo que no estaba de acuerdo, pues «María es madre del templo, pero no del Dios que habita en el templo».
En ese momento algo muy inusual sucedió. Un laico llamado Eusebio, abogado de profesión y acostumbrado a hablar en público se levantó de su sitio y empezó a defender la fe.
También el pueblo fiel se indignó, ellos que siempre había confesado a María como verdadera Madre de Dios, sabemos que todos los días en el Ángelus recitaban el Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios).
Hubo un rechazo popular grande frente al Patriarca, y empezaron a boicotear los actos en los que estaba Nestorio, y no asistían porque decían que su obispo no confesaba la fe católica.
Un par de meses después, San Cirilo de Alejandría, escribió en una carta. Donde expresaba su sorpresa de que dude de algo básico de la fe, si la Santísima Virgen debería ser llamada madre de Dios, porque eso realmente equivalía a preguntar si su hijo es Dios.
Se convocó un gran concilio en Éfeso, en el año 431, solamente tres años después del conflicto de aquella víspera de Nochebuena. En el Concilio se confiesa a María como Tehotokos, Madre de Dios.
Contra los que la negaron, el Concilio de Efeso proclamó que: si alguno no confiesa que el Emmanuel es verdaderamente Dios, y que por eso la Santísima Virgen es Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado, sea anatema.
Es lo que sucede con todas las madres y sus hijos: no son madres solamente del cuerpo, sino también del alma, pues aunque no generan el componente espiritual de la persona de sus hijos, son madres de la totalidad de la persona de sus hijos, es decir tanto del cuerpo, como del alma de sus hijos. No solo de una parte.
La Santísima Virgen María concibió a una persona. Como Jesús es una “Persona Divina” con dos naturalezas (humana y divina), por lo tanto, sabemos que María es verdaderamente «Madre de Dios».
Sin embargo, hay que aclarar que, a pesar de ser Madre de Dios, María no es su madre en el sentido de que ella sea la fuente de la divinidad de su Hijo o que ella sea mayor que Dios.
Afirmamos con propiedad que María es Madre de Dios, porque llevó en su vientre a una Persona Divina, Jesucristo-Dios, y en el sentido que de ella se tomó el material genético para la forma humana que Dios tomó en Jesucristo.
Si no entendemos que María es la madre de Dios, entonces es muy fácil caer en el tipo de herejía de Nestorio, de que Jesús era simplemente un hombre que Dios usó, o que era una humanidad que Dios asumió lo que María dio a luz.
San Josemaría nos recordaba que la Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan. Por ese título, fue concebida inmaculada y está llena de gracia, es siempre virgen, subió en cuerpo y alma a los cielos, ha sido coronada como Reina de la creación entera, por encima de los ángeles y de los santos. Más que Ella, solamente Dios.
La Santísima Virgen, por ser verdadera Madre de Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien infinito que es Dios. No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima.
Es importante considerar que el mismo Verbo Divino que estaba en el seno del Padre fuera del tiempo, estuvo luego en el útero y en los brazos de su madre, en el tiempo. El mismo que caminó al que en Belén adoraron los ángeles en la primera Navidad.
El mismo que se sentaba a la mesa con los publicanos y al que los querubines le seguían y reverenciaban. Exactamente el mismo que cuando Pilatos lo condenaba la creación entera se estremecía. Ese Jesús es Dios y es hijo de María.
Los cristianos hemos visto siempre a nuestra Madre la Virgen como alguien muy especial, Como nos cuenta esta meditación https://www.10minconjesus.net/san-bernando/) para progresar en amor a la Madre de Dios, los escritos de san Bernardo se convierten en una fuente indispensable.
Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: «Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María». Y repetía la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir».
Fuente; gentileza Catholic.link
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