Este mes enero hay un estreno cinematográfico en Latinoamerica. Se trata de una película que se desarrolla en el Japón del siglo XVII, «Silence». Esta,gira en torno a las vidas y las luchas de los misioneros jesuitas portugueses. Protagonizada por Andrew Garfield («Amazing Spiderman»), Adam Drive («La guerra de las galaxias: la fuerza despierta») y Liam Neeson («Lista de Shindler», «Star Wars») y dirigida por el ganador de un Oscar, Martín Scorsese, quien luchó por más de 27 años en superar un sinnúmero de obstáculos para su producción. De acuerdo con VanityFair, Scorsese renunció a sus honorarios de director habitual, y Garfield, Neeson y Drive también trabajaron por honorarios muy bajos, a pesar de sus récords de éxito de taquilla.
La película está basada en la novela de Shusako Endo que era un converso japonés empapado en la literatura europea y la historia del catolicismo en Japón. Publicada en Japón en 1966, la novela vendió 800.000 copias. Endo fue llamado «el japonés Graham Greene» y fue considerado para el Premio Nobel. Greene se refirió al «silencio» como «una de las mejores novelas de nuestro tiempo».
He leído varios comentarios sobre la película. La mayoría la alaban por su genial ambivalencia de la fe, que muestra varias caras de la fe y la vida. Otros desconfían de ella por el hecho de ser una producción de Scorsese, pues algunas de sus creaciones han sido polémicas (como «La última tentación de Cristo»). Es claro que para este conocido director, la lucha interna entre el acto de la duda y el acto de la fe, entre el dogma y su expresión, entre las verdades universales y las diversas sociedades, entre el espíritu y la carne, es un tema que parece estar muy presente en su mente y en su corazón y efectivamente, es complicado como se plantea en el guión cinematografico. Es cierto. Pero creo que tampoco se trata de decir que no la vean por “aprobar” la renuncia a la fe por el martirio (considerando que no solo fue por miedo, sino que, lo que dan a entender es que el P. Ferreira tenía dudas reales de fe). En todo caso vale la pena acompañar a quienes la van a ver para distinguir cuáles son los elementos valiosos y cuáles no.
De todos estos comentarios que leí les quería compartir algunos extractos de dos que nos dan algunos elementos para el análisis de la película. El de Mons. Robert Barron, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Los Ángeles y uno de Religión en Libertad. Aquí se los dejo, pero les advierto que hay spoilers. El primero se centra más en la película, el segundo en el libro (que creo que valdría la pena leer para hacernos una idea completa del tema que plantea).
«Hace tiempo que soy fanático de las películas de Martin Scorsese. (…) Su filme más reciente, el tan esperado «Silence», basado en la novela homónima de Shusaku Endo, es una adición digna a su filmografía. Al igual que muchas de sus otras películas, está marcada por una magnífica cinematografía, excelentes actuaciones tanto de actores principales como de actores secundarios, una narrativa apasionante y suficiente complejidad temática para mantenerte pensando en el futuro previsible.
La historia se desarrolla a mediados del siglo XVII en Japón, donde está en marcha una feroz persecución contra la fe católica. A este peligroso país llegan dos jóvenes sacerdotes jesuitas (interpretados por Adam Driver y Andrew Garfield), descendientes espirituales de San Francisco Javier que son enviados a encontrar al P. Ferreira, su mentor y profesor de seminario que, según los rumores, había apostatado bajo tortura y, en realidad, había pasado al otro lado.
Inmediatamente al llegar a tierra, son recibidos por un pequeño grupo de cristianos japoneses que habían mantenido su fe bajo tierra durante muchos años. Debido al peligro extremo, los jóvenes sacerdotes se ven obligados a esconderse durante el día, pero pueden participar en el ministerio clandestino por la noche: bautizando, catequizando, confesando, celebrando la Misa. Sin embargo, en poco tiempo las autoridades se dieron cuenta de su presencia y empezaron a sospechar de los cristianos locales, a quienes rodearon y torturaron con la esperanza de atraer a la luz a los sacerdotes. La escena más memorable de la película, al menos para mí, fue la crucifixión en el mar de cuatro de estos valientes creyentes laicos, quienes atados a unas cruces en la orilla, son golpeados por la marea hasta ahogarse en el transcurso de varios días. Posteriormente, sus cuerpos se colocan en piras de paja y son quemados hasta convertirse en cenizas, apareciendo para todo el mundo como holocaustos ofrecidos al Señor. Con el tiempo, los sacerdotes son capturados y sometidos a una forma única y terrible de tortura psicológica.
La película se centra en las luchas del P. Rodrigues. Como cristianos japoneses, hombres y mujeres que habían arriesgado sus vidas para protegerlo, son torturados en su presencia y se le invita a renunciar a su fe para poner fin al tormento. Con tan solo pisotear una imagen cristiana, realizar un mero signo externo o una formalidad vacía, liberaría a sus colegas del dolor, pero como buen guerrero, se niega. Incluso cuando un cristiano japonés es decapitado, no se rinde. Finalmente, y es la escena más devastadora en la película, es llevado ante el P. Ferreira, el mentor que había estado buscando desde su llegada a Japón. Todos los rumores eran ciertos: este antiguo maestro de la vida cristiana, este héroe jesuita, renunció a su fe, tomó una esposa japonesa y vivía como una especie de filósofo bajo la protección del Estado. Utilizando una variedad de argumentos, el sacerdote en desgracia trata de convencer a su ex alumno de que abandone la misión de evangelizar en Japón, país que denominó como un “pantano” donde la semilla del cristianismo nunca puede arraigar.
Al día siguiente ante la presencia de cristianos terriblemente torturados, colgados al revés dentro de un pozo lleno de excrementos, se le da nuevamente la oportunidad de pisar una representación del rostro de Cristo. En el apogeo de su angustia, resistiendo desde el fondo de su corazón, Rodrigues oye lo que él cree que es la voz de Jesús mismo, y finalmente rompe el silencio divino diciéndole que pisotee la imagen. Cuando lo hace, un gallo canta a la distancia. A raíz de su apostasía, sigue las huellas de Ferreira y se vuelve un pupilo del Estado, un filósofo bien alimentado y bien provisto, a los que regularmente se les llama a pisar una imagen cristiana y renunciar formalmente a su fe. Luego, toma un nombre japonés, una esposa japonesa y vive por muchos años en Japón hasta el día su muerte a la edad de 64, recibiendo un entierro en una ceremonia budista.
¿Qué debemos hacer ante esta historia extraña e inquietante? Como cualquier gran película o novela, «Silence» obviamente resiste una interpretación unívoca o unilateral. De hecho, casi todos los comentarios que he leído, especialmente de gente religiosa, enfatizan cómo «Silence» nos trae la compleja, acodada y ambigua naturaleza de la fe. Reconociendo plenamente la profunda verdad psicológica y espiritual de esa afirmación, me pregunto si podría añadir una voz algo disidente a la conversación. Me gustaría proponer una comparación, totalmente justificada por los instintos de un soldado llamado Ignacio de Loyola, que fundó la orden jesuita a la que pertenecían todos los misioneros de «Silence».
Supongamos que un pequeño equipo de operaciones especiales americanas altamente entrenadas es colocado detrás de las líneas enemigas para una misión peligrosa. Supongamos, además, que fueron ayudados por civiles leales en el terreno, quienes finalmente son capturados y demuestran estar dispuestos a morir antes que traicionar la misión. Supongamos, finalmente, que las propias tropas son finalmente detenidas y, bajo tortura, renuncian a su lealtad a los Estados Unidos, se unen a sus oponentes y viven una vida cómoda bajo los auspicios de sus antiguos enemigos. ¿Estaría alguien ansioso de celebrar las complejas capas y la rica ambigüedad de su patriotismo? ¿No los veríamos directamente como cobardes y traidores?
Mi preocupación es que toda la tensión en la complejidad, multivalencia y ambigüedad está al servicio de la élite cultural de hoy, que no es tan diferente de la élite cultural japonesa representada en la película; lo que quiero decir es que el establishment secular siempre prefiere a los cristianos vacilantes, inseguros, divididos y ansiosos por privatizar su religión. Y está demasiado dispuesto a desechar a las personas apasionadamente religiosas tildándolas de peligrosas, violentas, y seamos realistas, no tan brillantes. Revisa el discurso de Ferreira a Rodrigues sobre el supuesto cristianismo simplista del laicado japonés si dudas de mí en este punto. Me pregunto si Shusaku Endo (y quizás Scorsese) nos estaban invitando a apartar la mirada de los sacerdotes y redirigirla a ese maravilloso grupo de piadosos, dedicados y pacifistas laicos que mantuvieron viva la fe cristiana bajo las condiciones más inhóspitas imaginables, y que en el momento decisivo, presenciaron a Cristo con sus vidas. Mientras que los especialmente entrenados Ferreira y Rodrigues se convirtieron en lacayos pagados de un gobierno tiránico, simples personas que seguían siendo una espina en el lado de la tiranía.
Lo sé, lo sé. Scorsese muestra el cadáver de Rodrigues dentro de su ataúd sosteniendo un pequeño crucifijo, lo que prueba, supongo, que el sacerdote permaneció en cierto sentido cristiano. Pero otra vez, esa es justamente la clase de cristianismo que la cultura reinante tiene gusto: totalmente privatizado, escondido, inofensivo. Así que bien, tal vez un medio trago para Rodrigues, pero tres tragos con los vasos llenos por los mártires crucificados en la playa».
«Paul Elie, un premiado crítico literario que ha estudiado autores cristianos como Dorothy Day, Flannery o’Connor y Thomas Merton, ha entrevistado en profundidad a Scorsese y los actores de la película, en un largo reportaje para el New York Times. Elie llevó a Scorsese a la antigua catedral de Nueva York donde había sido monaguillo. ¿Qué conexión veía entre «Silencio», la película, y aquella época? “La conexión es que nunca se ha interrumpido, nunca se fue, es continuo. En mi mente estoy aquí cada día”, responde el cineasta. Se refiere a la fe, a las incertidumbres en la fe y a la necesidad de Dios.
(….) El escritor Juan Manuel de Prada, en un artículo para la Revista Magníficat, comenta la compleja novela de Shusaku Endo desde su enfoque espiritual. El jesuita Rodrigues decide pisar el fiume movido por el amor a los fieles. Antes, ha pensado sobre Kichijiro, un cristiano que le ha delatado. «Cristo, en la Última Cena, le dijo a Judas: “Sal, ve y haz lo que tengas que hacer”. Ni aun ahora que soy sacerdote he podido captar bien el sentido de esas palabras. ¿Qué sentiría Cristo al lanzar a la cara del hombre que le iba a vender por treinta piezas de plata esas palabras? ¿Las diría con ira y odio? ¿O serían más bien palabras nacidas del amor? Si eran palabras de ira, Cristo en ese momento estaba negando la salvación a este solo hombre entre todos los hombres del mundo. Judas habría recibido de lleno el ramalazo de la ira de Cristo y no se habría salvado; y el Señor habría abandonado a su suerte a un hombre caído para siempre en el pecado. Pero eso no podía ser. Cristo trató de salvar incluso a Judas. De no ser así, no tiene sentido que le hiciera uno de sus discípulos».
Añade Juan Manuel de Prada: «El padre Rodrigues acabará encontrando la respuesta a este dilema en su propia vida. Nunca sabrá del todo si cedió en su resistencia a los suplicios por compasión hacia los campesinos que estaban siendo atormentados, o si lo hizo para justificar su debilidad; pero sabrá, en cambio, con certeza plena que Cristo lo sigue amando, como sin duda amó a Judas hasta el final. El padre Rodrigues arrastrará, bajo el nombre de Okada Sanemon, una vida humillada e insulsa, una vida anónima y sin entusiasmo, en apariencia alejada de la fe».
Pero para De Prada (y para Shusaku Endo) «en medio de esa vida sin alicientes, Rodrigues podrá comprobar que Cristo no lo ha abandonado nunca: tendrá ocasión de escuchar en confesión a Kichijiro, su delator, y de perdonarle sus pecados; tendrá ocasión de rememorar muchas veces el martirio de tantos y tantos campesinos, que en su día le había parecido poco memorable; tendrá ocasión de transmitir la fe de forma clandestina a los vigilantes que se encargan de su custodia. A la postre, descubrimos con Rodrigues que «no existen fuertes y débiles, pues… ¿quién puede asegurar que los débiles hayan sufrido menos que los fuertes?»
La novela se llama «Silencio» porque Dios parece estar en silencio mientras matan a los mártires durante décadas. Pero el jesuita Rodrigues constata que no está en silencio: Cristo habla también a través de su vida Esta es la dimensión de fe esperanzada de la novela que no está claro si Scorsese va a reflejar en la película».
Esperemos cuando la estrenen en Latinoamerica para verla y darle el crédito que se merezca.
Basado especialmente en los artículos de Catholic Link en Inglés y de Aciprensa.
1 Comment
Muy buena pelicula, la vi anoche, me atrapó hasta el final, podemos sacarle buenos mensajes apostolicos, tiene su cuota de controversia pero es muy recomendable para ver y sacar conclusiones que obviamente ayude a la tarea pastoral, la recomiendo pero que tambien lean las criticas siempre de fuentes catolicas.