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En algún momento, todos hemos sentido que no podemos más. Las angustias y turbaciones del día a día pueden hacernos sentir que nada de lo que hacemos tiene un propósito. Así, ¡no es difícil acabar desanimado!
La realidad de todo lo que acontece en el mundo nos muestra un panorama casi desolador, lo que nos puede llevar a bajar los brazos y dejar de caminar. Tal vez en este camino hemos tenido caídas o las cosas no nos han salido como esperábamos. Muchas veces estos fracasos nos desalientan, al punto de hacernos querer tirar la toalla.
Incluso nos puede pasar que la oración se nos dificulta, que no hallamos consuelo ni fortaleza en nuestra relación con Dios. Pero, ¿qué podemos hacer ante este abatimiento que no nos permite avanzar?
Te recomiendo tener presente los siguientes consejos, cuando vuelvas a sentirte desanimado.
Te aseguro que en el alba y en el ocaso, en cada melodía de las aves, en cada rocío, en todo cuanto veas, podrás encontrar el aliento para seguir adelante.
Detente un segundo. Observa la naturaleza. Observa tu alrededor y proclama: «Laudato sí mi Signore». Aun cuando te sientas desanimado, te darás cuenta de que siempre habrá un motivo para agradecer, notarás que en la majestuosa sencillez de la creación de Dios encontrarás más de una razón para levantarte y andar.
Detente y mira junto a ti a todas aquellas personas que caminan a tu lado día a día. Son estas personas quienes te alentarán a poder avanzar, quienes te escucharán, te apoyarán y te exhortarán. Porque recuerda: «es poca cosa llegar al cielo solos» (santa Teresa de Ávila).
Vas a notar que eres alguien muy amado por un Dios misericordioso y que eres muy bendecido. Tal vez, no estás desanimado, estás distraído: asómbrate ante el don de la vida, admira la majestuosidad de la creación, ama a quienes te aman y caminan a tu lado. ¡Ánimo! Eres un hijo muy amado de Dios.
De un Dios que fue capaz de enviar a su propio Hijo a dar su vida por ti. Este buen Dios nunca te ha dejado, ni te dejará. Como decía santa Juana de Arco «no importa el enemigo si es Dios quien empuña conmigo la espada».
Repite junto al salmista «Mi guardián nunca duerme, no duerme ni descansa el guardián de Israel» (Sal 121,4). En medio de las desavenencias e inquietudes por las que puedas pasar, recuerda que Aquel que te amó hasta el extremo nunca te dejará solo.
Quizá tu vida de oración esté árida. Quizá sientas que te cuesta crecer en la virtud. En medio de la inquietud, clama a tu Señor, como un hijo clama auxilio a su Padre y dile con entera confianza «guárdame como a la niña de tus ojos» (Sal 17,8).
Recuerda que la distancia entre dos enamorados es una mirada. Visita a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, te aseguro que ante la presencia del mismo Dios vas a hallar paz, vas a encontrar la fortaleza necesaria para poder avanzar a pesar de cualquier adversidad.
Y no lo olvides: «el nombre de Dios es Misericordia» (san Francisco).
Así como Dios te ama infinitamente, tienes una Madre que te ama y que te cuida con un amor maternal, cálido e incondicional. Recuerda a san Bernardo que decía «jamás se ha oído decir que ninguno que haya clamado tu auxilio, haya sido desamparado por ti».
Te invito a que, cuando te sientas desanimado o que no puedes más, cuando la adversidad parezca abrumarte, te acuerdes e invoques a esta dulce Madre. ¿Qué tal si ante la angustia rezas un Avemaría?
Te aseguro que esta dulce Madre, que siempre te escucha, te cuidará y te asistirá entre esa «bendita monotonía de avemarías», como decía san Josemaría. Este mismo santo nos dejó otro consejo, que también te sugiero recordar: «antes solo no podías. Ahora has acudido a la Señora y con ella ¡qué fácil!».
Te invito a abandonarte en la dulce siempre Virgen María. En medio de la tormenta, di junto a san Bernardo «mira la estrella, clama a María».
Todos hemos tenido algún fracaso, alguna vez. Sin embargo, siempre podrás levantarte, aprender de tu caída para poder levantarte. Para poder resurgir y lograr cuanto te propongas.
Una caída solo será un fracaso definitivo cuando dejes de intentar. Levántate, camina. Recuerda que tú puedes. Lo que hoy fue un resbalón, mañana hará parte de una gran victoria.
Gana quien pone el corazón en todo lo que hace. Junto a san Pablo debes recordar: «hagan todo con amor». En amar siempre hallarás victoria, al dar todo de ti nunca habrás fracasado.
¡Ánimo! Recuerda que florecer exige.
Fuente: catholic.link
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